Kohinata Mai entró en la habitación con una blusa blanca delicada, con algunos botones en el pecho intencionadamente desabrochados, exponiendo su piel blanca y suave junto con su escote ondulante. Su cabello, suavemente ondulado, caía sobre sus hombros, y sus ojos brillantes parecían tener vida, llenos de un profundo deseo difícil de ocultar.
Su figura, aunque ya no poseía la juventud de antaño, estaba impregnada de una seducción madura. Cada paso que daba era como una ola cautivadora, la falda que abrazaba sus caderas se movía ligeramente con cada movimiento, desafiando las miradas. Ya no tenía timidez para ocultarse más: ahora era ella misma, la mujer que anhela amor, anhela ser tocada, acariciada y susurrada con palabras que hacen latir su corazón con fuerza.
Cuando el hombre joven entró, sus ojos se encontraron con ella de inmediato y no pudieron apartarse. Mai no dijo nada, solo lo miró, con los labios ligeramente curvados, mientras su mano comenzaba a desabrochar el último botón. Sus pechos, firmes y redondeados, se liberaron, temblando por el aire fresco y la excitación que se propagaba en cada célula. "Te he estado esperando..." - susurró ella, acercándose, rodeando su cuello con los brazos, sus cuerpos presionándose juntos. El aroma de su piel madura lo fascinaba.
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