Ese día el sol ardía como si estuviera en llamas. Yo estaba en el baño, el agua fresca corría por mi cuerpo, cada gota deslizándose sobre mi piel suave y clara. El calor de mi cuerpo y mis pensamientos errantes me hacían comenzar a acariciarme, mis dedos deslizándose suavemente sobre la zona sensible, mis ojos entrecerrados, mis labios emitiendo un pequeño gemido como si susurrara una melodía seductora.
De repente, la puerta se abrió de golpe.
Mi novio entró - su mirada sorprendida mezclada con un poco de picardía, mirándome como si no pudiera creer lo que veía. Me sobresalté y me volví, mis mejillas se sonrojaron, mi cuerpo húmedo lo cubrí rápidamente con mis manos - pero no pude ocultar mi mirada llena de deseo.
"¿Tú... no golpeaste la puerta?" – balbuceé.
Deja un comentario